Hundido por la crisis
sin ver una salida,con ánimo agotado,
me encuentro
en el tejado.
El suelo
a veinte metrospor debajo,
me invita
a recogerme en su regazo.
Y aquí
dilucidandosi a la puerta del banco
o justo a la salida
de la pastelería,
sin pena,
estampo mi sesera.
¡Vaya! quien lo diría,
que mi duda postreraenfrentaría
lo más dulce
y amargo de mi vida.
En el bolsillo el móvil,
a punto de agotar la batería,rabioso suena.
En un acto reflejo,
al contestar,oculto el desconsuelo.
La teleoperadora
va soltandode la madeja el hilo
sin descanso:
“Un giga en cuanto a datos
y en voz, podrá contarcon ciento dos minutos
de regalo”
¿Y por qué ciento dos?
-pregunto extrañado-
“Cien son los de la oferta
y dos los que le cuestade la pastelería,
llegar hasta su puerta.
Yo le invito al pastel
y usted paga el café.
Después vamos al banco
a firmar el contrato”.
¡Vale!
En eso hemos quedado.
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